Los animales también se quieren (Parte 1)

Los animales también se quieren (Parte 1)

Escrito por: Leticia    8 septiembre 2009     2 minutos

En la mayoróa de los animales, los comportamientos amorosos combinan un extraño ritual de agresividad y ternura. La naturaleza, como todos sabemos, es sabia y tiene sus trucos para perpetuarse.

El amor y el odio están separados por un límite muy delgado. En el reino animal esto es casi una ley. Cualquiera que haya tenido la extraña oportunidad de presenciar los escarceos amorosos de dos rinocerontes podrá confirmar lo que estoy diciendo. Estos gigantes de casi dos toneladas chocan entre sí una y otra vez en encontronazos de una violencia tremenda, con maneras más propias de un ring de boxeo que de una ceremonia de bodas. Hasta que no se liberen de su agresividad, a través de embestidas y duros golpes, no mostrarán buenos modales y mucho menos enamorados.

Otro ejemplo de ello es la fogosidad amorosa de los tigres de Bengala. La ceremonia nupcial de estos felinos se inicia con una exhibición mutua de sus colmillos acompañados de tremendos rugidos y zarpazos que no son de broma. Luego de este breve pero intenso encontronazo, la hembra se tranquiliza y permite que el macho la monte. Pero una vez concluida esta situación amorosa tendrá que huir rápidamente porque, no se la causa, en su compañera van a aparecer unas extrañas ganas de matarlo.

En fin, a pesar de este humor cambiante de la tigresa, entre ella y su compañero se mantendrá a partir de ese entonces una relación duradera con sucesivos encuentros como el que te contamos.

Por supuesto que no todos los mamíferos muestran la misma ambigüedad entre ternura y violencia. Y esta antinomia tampoco es exclusiva de los mamíferos. Por ejemplo, el Sula bassana o alcatraz común (un ave marina pariente del pelicano) se ha hecho famoso por sus combates nupciales a picotazo limpio.

El apareamiento entre estos animales tiene un preámbulo muy poco romántico: todos los días, el macho le propina una gran paliza a la hembra, que se la deja dar resignada. Lo curioso es que la hembra no es menos fuerte que el macho, pero si se resistiese nunca llegaría a producirse el encuentro amoroso, o el macho se limitaría a buscar una compañera más sacrificada. Las hembras de alcatraz saben por instinto que con el tiempo, estos palos se convertirán en mimos.

Fuente | Revista Muy Interesante

Comentarios cerrados