Vivir en el desierto (I)

Vivir en el desierto (I)

Escrito por: Leticia    9 octubre 2009     2 minutos

A primera vista parece que nada pueda vivir en el desierto. Ningún ruido revela la presencia de nada. Nada se mueve si no son los ‘demonios de polvo’, pequeños torbellinos que vuelan por encima de los valles y se desvanecen repentinamente, como fantasmas.

Pero en los terrenos más elevados brota una planta extraña, que merece ser una de las primeras experiencias realizadas al pretender hacer brotar de las arenas calientes aluna cosa viviente.

El belcho no se parece a nada sino a un pesado bastón, donde se hubieran pegado algunas ramas rígidas con hojas casi invisibles. Esta mata extraña crece de modo irregular y tan lentamente que parece que no cambia jamás. Y no obstante es la prueba irrefutable de que los vegetales pueden subsistir en los desiertos, a condición de que no traten de imitar a las plantas de las regiones templadas.

En cualquier otra parte es indispensable una humedad constante para la vida de los vegetales. La mayor parte recibe las aguas de las lluvias y crecen en las tierras húmedas, donde se comportan como máquinas de bombear. Crecen rápido, sacan su alimento del suelo y de la atmósfera que los rodea, haciendo circular la savia y dejando evaporar a través de sus hojas, una abundante proporción de agua.

Además, para vivir en el desierto, una planta ha de saber contentarse con muy poca humedad, y poder esperar la llegada del agua durante meses, y a veces años. No debe dejar que se evapore el agua recibida. Sus raíces han de ser bastante largas para poder ir muy lejos a captar la humedad. Las células que la componen han de ser aptas para retener esta humedad y también para poderlas absorber tan pronto se presente. En otros casos estas plantas constituyen en sí mismas su propio depósito de agua.

Este problema único de la falta de humedad ha sido resuelto por las plantas del desierto por diferentes procedimientos, según las especies

La artemisa tridentada, por ejemplo, es de un tipo de vegetación intermedia entre la pradera y el desierto. Con sus larguísimas raíces ha tenido que recorrer esas extensiones de arena donde hunde profundamente sus partes subterráneas, no dejando emerger sino menudos tallos y hojas diminutas.

El ocote es un arbusto. Sus largas ramas espinosas dan origen a unas hojas que, aunque pequeñas, son causa de una gran evaporación en tiempos de sequía. La solución que el ocote presenta a este problema es bien sencilla, cuando falta el agua deja caer sus hojas, que rebrotan después de la lluvia.

El agave presenta unos manojos de hojas enormes, llenas de líquido azucarado, protegidas contra la evaporación por un revestimiento céreo y contra los ladrones poderosas espinas. Una curiosidad: esta planta florece una sola vez en la vida.

Fuente | Los Árboles de Plaza y Jones